viernes, 16 de diciembre de 2011

La Casa del Lago

La casa del lago imaginaria está alejada de todos los sitios significativos. Su iluminación es natural. Para poder llegar hasta allí es necesario haberle visto la cara al deseo; sus indecisos habitantes atraviesan el lago, en algunas ocasiones nadan, a lo largo del mismo recorrido durante años. Los significados de las palabras, en esta experiencia, van quedando diluidos en el agua.

Las palabras, renovadas, frescas, significantes retoman su sonido: se les reconoce la voz. El miedo ya no está. El monstruo es uno más, se puede esperar su aparición, tranquilamente se le ve venir.

Sólo los amantes que no necesitan hablarse ni conocerse ni contarse su propia historia, sólo los amantes capaces de mirarse y ver nada disuelta, sólo ellos tienen una copia de las llaves.

Allí el amor deja de ser una palabra; sencillamente no es necesario.

viernes, 9 de diciembre de 2011

El monstruo sueña

El monstruo silencioso, atrincherado detrás de por donde andan las palabras, sueña el sitio confortable en el que aquello se realizase: comerse, por ejemplo, al encantador de serpientes; atrapar el fantasma de la voz que le obliga a revolverse en la soledad; ver siempre una vela encendida y que fuera tenue y potente como la imposibilidad; masticar; recorrer el alambre sin miedo a caer.

Tenaz insiste hasta tener que curarse sus propias mordeduras.

Ella pasea por la calle soleada o bajo las nubes como si nada. Como si el recorrido de su andadura le perteneciese. Como si la casa del lago fuera suya. Como si algún día en la casa del lago alguien tuviera que verla llegar. Como si hubiera construido que el monstruo se encuentra bajo control.

Sin embargo, cada vez que aquella voz pronuncia su nombre, queda envenenada.